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Mostrando entradas de diciembre, 2015

Sombras

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Ni me encuentro, ni me creo perdida. Ando en un limbo en el que no tengo explicación para nada de lo que me sucede. Las taquicardias van y vienen, mi subconsciente me tortura, se me acelera el pulso, me puede el estrés, me muerden las manos, se me alquitrana el alma, escupo negro, hiero a los que quiero.... Muero. Soy ángel negro sin posibilidad de luz. Debe ser que no puedo pensar más allá de mis dos palmos de narices, estoy seca, podrida, putrefacta, inquieta. Veneno corre por mis venas, veneno y alcohol. Veneno y veneno. No hay humo, no hay calma, no hay nada que me retenga en esta patria. No hay patria, no hay gracias. Sólo dolor compungido. Sólo estelas de mierda que barro y unto en mi esencia. No soy nada para nadie y si lo soy olvidadme. Sólo traigo el mal. Me encapricho, lo uso y tiro. Lo reduzco a cristales rotos que más tarde tendré que pisar, tragarme mi orgullo. Matarte. En mi memoria, en mi corazón; aún no me he vuelto tan violenta. Aún reconozco el perdón. Sé de hum...

Martes

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Martes de reencuentro. Martes de marcha y despedida. De sabores amargos y revoluciones entre cuatro paredes, cinco metros cuadrados, una ventana cerrada y una tenue luz amarilla. Además, esas pequeñas pupilas fluorescentes que iluminan la Navidad de mi corcho encaramado negligentemente a la pared. -Debo marchar. Nos levantamos en uno sólo. Se rasga una voz en el pensamiento, tu respiración susurra canciones a mi cuello. Kiss me. Y empieza a brotar dulcemente desde la tecnología minúscula que reposa sobre mi mesilla, junto con los globos de la fiesta que deberíamos haber(nos) montado. La suave luz atraviesa tus clavículas, cálidamente baña tu barba y yo riendo en el subconsciente de tu inocencia, que aún me besas con los ojos cerrados. Y me llevas de viaje tan lejos en el tiempo y tan cerca en el espacio. Como coger un coche y subir a Canfranc. Y me pierdo. Me pierdes. Quizá hayan sido los cuatro minutos más tiernos de mi vida, la última canción de un adiós inter...

Doble punto sin final

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Silencio. Esa es la distancia exacta que nos separa. Vuelves siempre en el momento oportuno para no dejarte morir. Vienes a reventarme las entrañas aunque yo no quiera. Vienes a exprimir las pocas hojas muertas que me cobijan de los fríos inviernos sin tu piel. Vienes y rompes la estabilidad desequilibrada de mi mente. Y lo peor de todo es que yo creía controlarlo. Silencio. Resultado y causa. No es lo que dices, sino tus vacíos. No es que no lo sepas, es que no quieres decirlo. Te gusta tergiversarlo, removerlo. Matarme con frases… A este paso acabaré odiando la poesía. Tus negras montañas ya no me acompañan, tengo denegado el paso. O no. Eres demasiado ambivalente como para comprenderlo. Pero mis montes tampoco son tuyos, no son de nadie porque no tienen dueño. Son libres y tan sucios como clara agua que baja de mis ojos. No vuelvas, joder, no vuelvas. Estabas lo suficientemente lejos como para ser feliz. A un silencio y medio.