Doble punto sin final
Silencio. Esa es la
distancia exacta que nos separa.
Vuelves siempre en
el momento oportuno para no dejarte morir. Vienes a reventarme las entrañas
aunque yo no quiera. Vienes a exprimir las pocas hojas muertas que me cobijan
de los fríos inviernos sin tu piel.
Vienes y rompes la
estabilidad desequilibrada de mi mente. Y lo peor de todo es que yo creía
controlarlo.
Silencio. Resultado
y causa.
No es lo que dices,
sino tus vacíos. No es que no lo sepas, es que no quieres decirlo. Te gusta
tergiversarlo, removerlo. Matarme con frases… A este paso acabaré odiando la
poesía.
Tus negras montañas
ya no me acompañan, tengo denegado el paso. O no. Eres demasiado ambivalente
como para comprenderlo.
Pero mis montes tampoco son tuyos, no son de nadie porque no tienen dueño. Son libres y tan sucios como clara agua que baja de mis ojos.
Pero mis montes tampoco son tuyos, no son de nadie porque no tienen dueño. Son libres y tan sucios como clara agua que baja de mis ojos.
No vuelvas, joder, no
vuelvas.
Estabas lo
suficientemente lejos como para ser feliz.
A un silencio y medio.
A un silencio y medio.
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