Pasiones tendidas


Hay una voz chiquitita y entrecortada en mi pecho. Pequeña, encogida, miedosa. Acojonada.
Quiere gritar fuera que no aguanta más. Que quiere que todo a su alrededor muera, que no sea ella quien tenga que renacer cada vez. Que ya no siente los golpes, sólo se desgarra.

¿Y que hace mientras tanto? No puede hablar, no articula palabra, tiene un nudo en la garganta, una bola de pelo imposible de escupir, papel pegado en los zapatos, tijeras en las manos. Pero no hay ningún Eduardo.

Siente mariposas en el estómago, no correspondidas. Se siente nerviosa, taciturna, carcomida, negra. Ansiedad.
No os asustéis, se siente limpia, pero triste. Muy triste. Se siente capullo incapaz de crecer, y capulla, también.

Ella se quiso libre contigo, pero se quiere diferente a tu querer. Por eso está triste. Pero asume que es un riesgo de la libertad, es lo bonito de la vida, el riesgo y el vértigo de las elecciones, propias y ajenas, que bambolean la cuerda de tender. Sigo entera, colgando entre dos pinzas propias.

Y a pesar de todo, gracias, Amor. Eres difícil desde que te conozco como libre, pero me sientas bien. Creo que hasta me haces bonita. Gracias por enseñarme que las pasiones son más bonitas cuando no aferras a nadie, cuando nadie te ahoga, cuando nadie necesita alzar la voz.

En esa vieja radio vuelve a sonar La Otra: Me quiero libre contigo.


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