El camino largo

Hoy he salido a encontrarme por las calles más oscuras, por las más preciosas. Inevitablemente sé que siempre miro a los mismos detalles, que mi mente dibuja patrones inconscientes que vuelven a llevarme de nuevo al mismo camino. Pero yo siempre elijo el camino largo para volver a casa.

Hay dos tipos de miedo, el directo, el certero, el que te arrasa con una flecha innegable y te ahoga momentáneamente.
Y el otro, el más oscuro, el intangible y a veces tan inconsciente que no soy capaz de controlarlo.
Un cosquilleo en los dedos. La necesidad imperante de salir de casa. Unas llamadas. Voy. Un bar. Y la expresión verbalizada de mi inquietud.
Espera, tensión. Respuesta, calma.

Pero el cuerpo no es tan rápido como la mente, la somatización no viene y se evapora, se deshila lentamente y hay que saber curarla.
Asique repito el proceso por la tarde: necesidad de salir de casa, no hay llamadas, salgo a recorrer la vida. Y entre toda esa calma que me da... Pum. Se dispara, un atisbo de lágrima que desencadena un calor inmenso en el pecho. Pero no hay taquicardia, no hay más miedo, hay liberación.

Y por si eso no era suficientemente maravilloso, de repente una mirada. Un hombre, un cruce en una calle, la luz de un bar, un atisbo de sonrisa. De un extraño. De una cálida mirada. Reconfortante. Y como si fuera un baile de marionetas nos giramos, en perfecto tiempo y espacio, unos metros más allá.

Tu también lo has notado. Gracias por la paz. Gracias por hacer de pequeño día en este gran detalle que es la vida.

Y siempre quieres volver a encontrarte con esa gente que te hace creer en la humanidad, con la que todavía escarba más allá de la cara. Pero si se de algo certero en esta vida, es que no puedo repetirlo, dejaría de ser único.

Por eso siempre elijo el camino largo para llegar a casa.



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