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Tengo la desdichada costumbre de dejarme arrastrar y arrasar por las emociones. Y entendedme, incluso me gusta, no me va mal. Pero es agotador.

Me golpea la vida en la cara, mientras el sol me acaricia a través del cristal.  Cada vez que veo el sol me da calor. Hecho objetivo, inexpugnable.

Pues ya me gustaría saber hacer lo mismo con los actos de los demás soles que me rodean, pero me pierdo entre expectativas, que sé, que no van a cumplirse.

Y vivo en una dicotomía paralela entre lo que el corazón espera y lo que mi mente niega, pa' protegerme con el costado del golpe. Pero nunca acabo de creerla.

Asique voy de lado a lado, bamboleada por una pequeña pero constante, firme pero apenas perceptible opresión en el pecho. Y ya es muy pequeñita, pero siempre me acompaña. Y de vez en cuando me ahogo por minutos, me saturo y oscurezco. Pero estoy mucho mejor.

Es solo que me gustaría anticipar antes de que llegue, que hay dos momentos en el año en los que no me encuentro en el sitio (aparte de otros tantos ajenos a la línea espacio-temporal que puedan pasar). Y así sería prevenida y precavida.

De momento solo soy vividora felizmente atormentada por las estupideces de la vida. O como yo prefiero llamarlo optimista realista, realista-utópica.


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