Los días grises
Estoy nerviosa, pero no lo aparento. Sigo evocando otros días en noches oscuras, otras lágrimas impregnadas en melancolía. Y no siento. Ni siento ni rememoro esa sensación... pero si me acuerdo de tus besos.
Una vez cada cierto tiempo acabo llorando enfrente de un viejo espejo, una vez cada cierto tiempo concreto en el espacio mi yo perfecto. Y con el sonido lejano de las olas se van humedeciendo los lagos, van emergiendo espejismos y desapareciendo la realidad. Viajo a otro lugar. Sola. Ciudadana de un lugar llamado mundo. Allí me doy cuenta de que todos somos movidos por los mismos hilos, por los mismos fragmentos del subconsciente que provocan tanto daño, tantos engaños.
Los prestidigitadores mancos siguen jugando contigo, siguen llenando los vasos. Tú bebes para no verme, y yo me callo porque, de tanto gritar, las cuerdas vocales se desgarran en llanto. Duelen, hacen daño.
Respiro hondo y me sereno. Porque también hay días claros de corazones ardientes, más de los que en el fondo, a un alma romántica como la mía, nos gusta reconocer. Hasta las más añoradas utopías se hacen realidad al son de las melodías. Guitarra, sombrero; lleno el corazón, vacío de dinero.
En esos días me sorprendo caminando entre millones de ojos vacíos, entre caricias reprimidas que se esfuman en el aire. Con la música riendo en mis oídos, con la mirada de ilusión de un pequeño niño. Y respiro hondo. Olor a tierra mojada. Todavía no ha llovido, quizá mañana.
Me cuesta concentrarme, me cuesta escribir. No sé muy bien en que día estoy. No sé muy bien quien soy. Rellena mi copa y déjala a mitad, como mis sueños. Yo me encargo de elegir que días quiero.
Una vez cada cierto tiempo acabo llorando enfrente de un viejo espejo, una vez cada cierto tiempo concreto en el espacio mi yo perfecto. Y con el sonido lejano de las olas se van humedeciendo los lagos, van emergiendo espejismos y desapareciendo la realidad. Viajo a otro lugar. Sola. Ciudadana de un lugar llamado mundo. Allí me doy cuenta de que todos somos movidos por los mismos hilos, por los mismos fragmentos del subconsciente que provocan tanto daño, tantos engaños.
Los prestidigitadores mancos siguen jugando contigo, siguen llenando los vasos. Tú bebes para no verme, y yo me callo porque, de tanto gritar, las cuerdas vocales se desgarran en llanto. Duelen, hacen daño.
Respiro hondo y me sereno. Porque también hay días claros de corazones ardientes, más de los que en el fondo, a un alma romántica como la mía, nos gusta reconocer. Hasta las más añoradas utopías se hacen realidad al son de las melodías. Guitarra, sombrero; lleno el corazón, vacío de dinero.
En esos días me sorprendo caminando entre millones de ojos vacíos, entre caricias reprimidas que se esfuman en el aire. Con la música riendo en mis oídos, con la mirada de ilusión de un pequeño niño. Y respiro hondo. Olor a tierra mojada. Todavía no ha llovido, quizá mañana.
Me cuesta concentrarme, me cuesta escribir. No sé muy bien en que día estoy. No sé muy bien quien soy. Rellena mi copa y déjala a mitad, como mis sueños. Yo me encargo de elegir que días quiero.
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