Yo te curaré, dijo el pequeño oso
Hay un ocelote escondido dentro de cada uno. O un felino, o un perro. Hay un animal inconsciente que nos atrapa de vez en cuando. A unos les hace ronronear, a otros les ofrece la agresividad de un ataque. Para algunos es mero simbolismo, para otros reencarnaciones.
Ayer mi ocelote se restregaba contra las sábanas rudamente, tratando de apartar los trozos de carbón que golpeaban mi ajetreada mente. Pero no era posible. El mismo pensamiento se arremolinaba una y otra vez cual huracán en las puertas de mi boca. A punto de estallar. Y mi parte consciente diciendo que no, que te relajes, déjalo pasar.
Llegó un gato negro, de largo pelo y ágiles ojos a contar cuentos. A intentar hacerme dormir, a intentar hacerme olvidar. Y en el recuerdo de los cuentos, de la infancia inocente, me acordé del que a mi más me gustaba cuando era pequeña: "Yo te curaré, dijo el pequeño oso".
Y al recordarlo estallé. Y de repente estaba mojando la almoada con gotitas de sal. Un escalofrío me recorría. Y calma. Más calma.
El pobre tigre, protagonista de la historia, tenía una raya movida. Una simple raya movida. De esto que sobre la piel tienes algo que no cuadra (algo que ya me suena), o que tu maquillaje ya no se mantiene como hace tres horas. Y siempre hay una causa. Ahora sólo hay que saber si es un qué o un quién.
Aún así la moraleja es mucho más exacta: siempre hay un buen oso dispuesto a cuidarte en los momentos oportunos, en mi caso fue un gato negro. Elígelos bien, porque en este circo salvaje, no abundan.
Yo sólo estaba a un gato y un cuento, de la calma;
dos lágrimas y un escalofresco, de la felicidad.
Ayer mi ocelote se restregaba contra las sábanas rudamente, tratando de apartar los trozos de carbón que golpeaban mi ajetreada mente. Pero no era posible. El mismo pensamiento se arremolinaba una y otra vez cual huracán en las puertas de mi boca. A punto de estallar. Y mi parte consciente diciendo que no, que te relajes, déjalo pasar.
Llegó un gato negro, de largo pelo y ágiles ojos a contar cuentos. A intentar hacerme dormir, a intentar hacerme olvidar. Y en el recuerdo de los cuentos, de la infancia inocente, me acordé del que a mi más me gustaba cuando era pequeña: "Yo te curaré, dijo el pequeño oso".
Y al recordarlo estallé. Y de repente estaba mojando la almoada con gotitas de sal. Un escalofrío me recorría. Y calma. Más calma.
El pobre tigre, protagonista de la historia, tenía una raya movida. Una simple raya movida. De esto que sobre la piel tienes algo que no cuadra (algo que ya me suena), o que tu maquillaje ya no se mantiene como hace tres horas. Y siempre hay una causa. Ahora sólo hay que saber si es un qué o un quién.
Aún así la moraleja es mucho más exacta: siempre hay un buen oso dispuesto a cuidarte en los momentos oportunos, en mi caso fue un gato negro. Elígelos bien, porque en este circo salvaje, no abundan.
Yo sólo estaba a un gato y un cuento, de la calma;
dos lágrimas y un escalofresco, de la felicidad.
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